El ADN, la molécula portadora de nuestra información genética

Si hablamos del ADN, podríamos decir que es el gran “libro de la vida” en esta gran molécula podemos encontrar toda la información necesaria para constituir la vida, para que los seres vivos puedan desempeñar todas las funciones que los caracterizan. Este libro se encuentra escrito en un lenguaje sencillo de solo cuatro letras, llamadas bases nitrogenadas. Las secuencias de estas cuatro letras en un orden específico determinan el código necesario para regular todo lo que sucede en nuestras células. Para ello, cada célula presenta en su interior nada más y nada menos que dos metros de ADN, de hecho, si pusiéramos consecutivamente todo el ADN de cada una de las células de una persona, podríamos ir y volver desde La Tierra al Sol 150 veces. Teniendo en cuenta esta distancia es de 150.000.000 km, es una gran cantidad de ADN. Por ello, esta gran molécula debe condensarse muchísimo dando lugar a las estructuras que conocemos como cromosomas y que podemos encontrar dentro del núcleo celular, que no mide más de 6 micrómetro de diámetro.

Figura 1: Estructura del ADN. Las 4 bases nitrogenadas forman un código muy preciso que determina la funcionalidad de las células. Estas bases nitrogenadas se unen a una desoxirribosa fosfato que da lugar al esqueleto del ADN. Además, las bases son complementarias entre sí formando puentes de hidrógeno entre ellas de una forma muy precisa de forma que C (Citosina, en naranja) solo se debe enfrentar a G (Guanina, en rojo) mientras que, T (Timina, en verde) solo complementa con A (Adenina, en amarillo), dando lugar a la famosa doble hélice. Los 2 metros de ADN se enrollan gracias a la asociación con proteínas llamadas histonas que ayudan a formar las estructuras conocidas como cromosomas donde se empaqueta nuestra información genética.

Toda esta precisa información que se encuentra en el ADN, está empaquetada en lo que se denominan genes, siguiendo con el símil, si el ADN es el libro de la vida, un gen sería uno de los párrafos que describe una de las funciones que nuestras células deben llevar a cabo. Finalmente, el código que contiene cada gen se traduce dando lugar a las proteínas, que son los “trabajadores cualificados” para desarrollar la función indicada.

La información codificada en nuestro ADN por tanto es muy valiosa y una variación en ella podría dar lugar a cambios catastróficos en el funcionamiento de nuestras células. Estos cambios, modificaciones, daños o lesiones aparecen continuamente en el ADN debido a que esta molécula se encuentra continuamente amenazada por agentes exógenos (luz UV, fármacos, virus, etc.) y agentes endógenos (fallos durante la replicación del ADN, productos del metabolismo, etc.). De hecho, se pueden llegar a producir entre mil y un millón de lesiones moleculares por célula por día que afectan al funcionamiento normal de la macromolécula.

Para hacer frente a estos daños las células pueden responder de dos formas distintas, pero no excluyentes: tolerándolos (una de las principales fuentes de aparición de mutaciones) o reparándolos. Para reparar el daño, las células presentan toda una guardia de proteínas encargadas de restaurar los posibles cambios que se produzcan en el ADN. Cada una de estas proteínas se encarga de un daño específico. Si comparamos el ADN con una casa y tenemos un desperfecto en un cristal, llamaríamos a un cristalero, sin el daño se encuentra en un grifo, en este caso acudiría un fontanero. Estas proteínas son capaces de trabajar de forma coordinada para que el ADN finalmente acabe reparado y no se pierda información en el proceso.

Por tanto, aunque se diga que el ADN es una molécula muy estable, tenemos que recordar que presenta a su disposición un ejército de proteínas que lo protegen de todos los cambios dañinos que se puedan producir en él y que gracias a estas proteínas nuestras células pueden seguir funcionando con normalidad.

Marina Jordano Raya

Vocal de AMDIC

Doctoranda en el Departamento de Genética de la Universidad de Córdoba.